domingo, 30 de septiembre de 2007

El Bisturí Rosa

La muchacha recita el poema, es un poema hermoso lleno de reflejos, de luces y animales fantásticos; es ese poema un poema dulcito, un poema que se desgaja como una mandarina, suavecito, rítmico, arrullante; un poema de esos que te hacen revivir la ternura y el encanto de aquella adolescente de catorce años. Todo está bien, todo parece perfecto, ideal, un sueño que libera la esencia de la poesía; las cosas más puras, hasta que veo al lado de la muchacha a la señora gorda (casi siempre la señora es gorda) llena de regocijo, un regocijo tal que parece brotarle por la comisura de los labios; la señora mira a la muchacha y asiente con la cabeza y ante la aprobación, la chica enfila su luz a otra página de sirenas, caracolitos, la profesora bonita; entonces se me crispa el alma, sentada al frente, un puñado de otras señoras muy gordas y otras muy flacas y largas (nunca hay intermedio) se preparan para comenzar a matar a la poeta con sus aplausos, gritos, hurras y mimos de chocolate y ciruelas pasas. “la niña va a publicar un libro, no es un encanto”… amapuches, besos y la vejación más lacerante llega cuando le comparan, le auguran un futuro como el de su tía, “…pero que maravillosa va a ser”… cuando por supuesto, la tía, allá arriba (donde nunca persiguió estar), llegó llena de rebeldía, llena de rupturas, de protestas y de propuestas…
Cómo vamos a pretender encausar por la ternura por el rosado o el azulito claro, una mente que evoluciona; como vamos a pretender pensar que los trece, los catorce, los diecisiete años están llenos de estrellitas puras y cariñosas, cuando por evolución sabemos que ese periodo de la vida contiene todo el fuego, toda la rebeldía, todas las piedras y todos los cristales rotos. Encausar a un poeta adolescente, a un pintor adolescente, a un actor adolescente hacia derroteros que por naturaleza le son ajenos, implica la más cruel de las castraciones a que se pueda someter a un ser humano. Uno de los problemas es pensar que aquellos momentos que nosotros vivimos, fueron equivocados, que no hicimos lo correcto, que íbamos contra natura, que nuestros hijos, nuestros alumnos, esos carricitos angelicales no pueden equivocarse como lo hicimos aquellos días de rebeldía, rock e infierno; no nos damos cuenta que al pensar esto, es cuando realmente nos equivocamos, entonces, sacrificamos al mundo llenando de prohibiciones lo que debe ser libertad. Otro de los puntos por el cual tomamos el bisturí y castramos, mutilamos y sonreímos, se abraza con el miedo a perder lo que tenemos y nos ha costado tanto; debemos moldear, domesticar la rebeldía y la creación aberrante para que estos muchachos no vayan luego a caer sobre nosotros… “como madre es mi obligación enderezar el entuerto”,”ay, no, lo que escribió ese alumno mío, que desastre, es un mal ejemplo, porque no hace como fulanito que es tan maduro para su edad”, “esa muchacha es un dechado de virtudes, las cosas que dice y con que ternura”… luego procedemos a ponerles a la disposición de los nuevos artistas, pintores, poetas, una oficinita, un taller muy cuchi para vender lo que sembramos y cosechamos; les ponemos un reloj, un calendario y un decálogo de moral y buenas costumbres y por último lo hacemos repetir “si no fuera por Usted, no sería nadie en esta vida…”, venderán, venderán y venderán la obra repetida mil veces y cantarán sin cesar los mismo versos usados por Darío y por Neruda, mientras las artes y las letras les pasan de lejos mirando siempre la ventana cerrada; y seguirán ahora los viejos gordos, los flacos, sentados en primera fila aplaudiendo, gritando ¡hurra!, y sirviéndoles de marchantes para que su obra no se pierda. Y después nos morimos felices porque salvamos al mundo de algo que pudo ser un horror, porque aportamos un artista al mundo, porque creamos un ciudadano útil, mujeres y hombres de familia con la vejez asegurada y un bisturí nuevecito para dejar sin lunas a Van Gogh.
La adolescencia, con su carcaj de flechas encendidas, con sus piedras, con el grito a flor de injusticia no es una granja para empalizarla y cosechar rosas, ahí abrimos el mundo en dos y luego si hay que coserlo después, entonces se cose, si hay que quebrarle las ventanas a los vecinos, se le quiebran y más tarde fundiremos los pedazos y los vecinos entenderán, y si no entienden, que más. El poeta adolescente, el pintor adolescente, el creador adolescente en la misma medida que requiere escuela, técnicas y herramientas, requiere libertad, requiere decirlo todo, vaciar todos lo demonios, quemarse en su propia pira de deseos y pesadillas, debe estallar en mil pedazos y romper con todo lo que quiera romper, hasta con el maestro si es preciso; porque ahí radica su obra de vida, en la libertad para hacer y decir, para dejar de hacer y dejar de decir. Y si las señoras gordas, y si las señoras flacas y si los viejos con dientes de leche protestan, entonces que protesten, cual es el problema, ¿acaso la sociedad?, se hace otra y punto, pero no se puede detener el hecho creativo en una edad trascendental, fundamental, al creador adolescente hay que darle el mundo para que lo fragmente y cree el suyo; si se equivoca o cree que se ha equivocado, pues se equivoca y lo vive… no importa que los jurados de los concurso para creadores adolescentes estén llenos de bisturís con punta de diamante.

JEL
 
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